Tanto en los humanos como en muchos otros animales que respiran aire, los intercambios gaseosos se hacen gracias a los pulmones.
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Durante la inspiración, el aire rico en oxígeno entra en los pulmones por las vías respiratorias. Pasa por la cavidad oral o las fosas nasales y luego desciende por la tráquea y los bronquios.
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El aire llena entonces los bronquiolos, que terminan en millones de alveolos pulmonares. Cada uno de ellos está rodeado de una red de vasos sanguíneos muy finos: los capilares.
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El conjunto de alveolos constituye una superficie de intercambio muy grande entre la sangre y el aire del medio exterior. En efecto, si extendiéramos todos los alveolos pulmonares de un solo adulto, su superficie cubriría más de 100 metros cuadrados, (…) es decir, el tamaño de media cancha de tenis.
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A través de la fina pared de los alveolos, el oxígeno en el aire pasa hacia la sangre. Éste es luego transportado por la circulación sanguínea hacia los órganos, donde será utilizado.
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Por su lado, estos órganos producen dióxido de carbono, el cual es un desecho que debe ser evacuado.
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Es también mediante la circulación sanguínea que el dióxido de carbono se transporta hasta los alveolos pulmonares. Pasa entonces a los pulmones, los que lo expulsan hacia el exterior durante la espiración.